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Generar riqueza

Por: Carlos Camacho / Socio Director de Grupo Camacho Internacional

Uno de los predicados de libro en materia tributaria, es que entre los objetivos de un sistema tributario está el de redistribuir la riqueza. En mi columna anterior, en la que abordé el comparativo de la reforma fiscal inteligente de Estados Unidos y la nonata reforma costarricense, hubo quien me comentó que la reforma estadounidense carecía de la característica redistributiva, comentario que agradezco ya que me permite abordar asuntos fundamentales que se pierden de vista en la lógica de la economía, en especial en algunos que comulgan con la ortodoxia del libro pero no han tenido oportunidad vital de estar en el sector privado como emprendedores o empresarios.

Cualquier cosa que queramos distribuir o más aún redistribuir debe existir primero. Esto que es una palmaria afirmación, por obvia que parezca, es el fundamento de toda acción tendente a la creación de un sistema económico, por ende, responde a la primera pregunta que nos enseñan en las aulas de economía respecto de qué es lo que vamos a producir, dados los recursos existentes tanto manifiestos como potenciales en un ambiente económico, para luego resolver el cómo y el para quién, siendo esta última la pregunta que alude a la distribución de la riqueza.

El objeto de cualquier sistema económico es la generación de riqueza, de la manera más eficiente, conjuntando de manera acorde a los mejores resultados o ganancias las combinaciones probables de los factores de producción. Los clásicos se refieren a los factores de producción como la tierra, el trabajo y capital; o capital, interés, trabajo y tecnología, es a través de estos rudimentarios elementos básicos que se fundamenta un sistema de producción cuyo objeto es generar riqueza, que en consecuencia de existir, genera bienestar económico, siendo este a su vez el medio de detectar entre otros las efectiva satisfacción de las necesidades del mercado. El tema tributario está inmerso y debe ser acorde a los objetivos antes dichos, ya que este no es un objetivo en sí mismo, sino un mecanismo para que tanto el ordenamiento de los recursos como la conducción de los beneficios y el bienestar sean posibles para evitar condiciones extremas de desigualdad en la partida o en la llegada de la carrera de las economías. Esto que de nuevo es obvio, lo pierden de vista algunos “jacobinos” del derecho tributario que rinden culto a los tributos sin considerar el papel fundamental de su rol en el sistema económico en el que se circunscribe. Aterrizando, si un país es muy pobre en la generación de su producción por más que queramos distribuir solo se podrá distribuir pobreza, la cual además generará más pobreza en un natural círculo de escasez.

Un sistema tributario como parte —no el todo, ni lo único— de un sistema económico, debe atender a la necesidad de dejar que los factores de la producción ya mencionados, sean conducidos de manera eficiente a la generación de la mayor cantidad y calidad de riqueza. En cuanto a la cantidad, porque de ahí se deriva tanto la imposición directa como indirecta. Tanto como en la calidad, ya que se deben crear incentivos o disuasorios de externalidades negativas, por ejemplo la contaminación, donde los impuestos ambientales dirigidos a quien contamina paga, son claros ejemplos de esto.

Si hay más trabajo, hay más consumidores, si hay más consumo hay más inversión, si hay más inversión hay más riqueza, si hay más riqueza aumenta el caudal recaudatorio de los impuestos sobre las rentas, tanto de las personas físicas con trabajo —ya que los desempleados evidentemente no tributan, pero también porque estos consumen cantidades decrecientes de bienes y servicios que hacen que se reduzca la demanda agregada— que a la vez genera ganancias que fomentan la inversión ya que su retorno aumenta, dichas ganancias tributan de manera directa en la utilidad, más aún son bases imponibles incrementales que surgen de la imposición indirecta al consumo de los bienes y servicios, lo que aumenta el circulo virtuoso de la riqueza, logrando como consecuencia una mejor distribución de la riqueza, que tiene más que ver con la calidad del aparato estatal que administra la función redistributiva que con la generación de más ingresos. Es falaz que aumentando impuestos hay más redistribución, es generando más riqueza que se logra.

Es decir, sin riqueza no hay progreso, sin este no hay bienestar y este es la base de la distribución y redistribución, cualquier sistema fiscal que no propicie la activación de la generación de este objetivo está destinado a administrar pobreza, esta, distribuida, se convierte en miseria y quebranta la capacidad emprendedora y vital del sector privado.

Cortesía de La República

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