Viendo los vientos que se avecinan

Viendo los vientos que se avecinan

 

Estamos acercándonos peligrosamente a una condición de tormenta económica resultado de dos fenómenos que han confluido en el año 2020. Uno de ellos con antecedentes ya muy anunciados desde hace catorce meses y el otro sobrevenido como el fenómeno de salud mundial más fuerte de la historia reciente.

Sobre el tema pandémico es mucho y poco lo que podemos hacer, no siendo mi materia, solo puedo recomendar que sigamos cuidándonos y dejándonos guiar por quienes tienen y ejercen de una forma extraordinaria la materia sanitaria del país, lo que les hace líderes ahí, pero no en lo que de fondo se va a plantear de seguido.

Desde hace catorce meses el gobierno de la República en cabeza del presidente Alvarado prometió la entrega de una hoja de ruta de reactivación económica, cuando los signos vitales de la economía de aquellos meses de los primeros dos trimestres de 2019, sin pandemia, ya eran preocupantes, pues la desaceleración económica estaba declarada y los sectores productivos veníamos de una gran tomadura de pelo, perdón la sinceridad, de un mal llamada acuerdo nacional.

En ese acuerdo nacional, convinimos durante diálogos empresariales, los que generamos la riqueza y el empleo, que era necesario ceder en lo tributario, sometiéndonos a una transformación sustancial del sistema tributario a cambio de varios aspectos de parte del sector público: el fin de los privilegios y los favoritismos de algunas “vacas sagradas sectoriales” en orden sobre pensiones, exenciones y tratos preferenciales.

El compromiso incluía la aplicación de una regla fiscal de rigor en el gasto, con cobertura amplia y que desde el principio tenía todo tipo de enemigos en los sujetos afectos; pero, fue aquello lo que provocó el acuerdo para evitar caer al barranco del impago de la deuda y la consecuente y desconcertante situación muy bien dramatizada por la actriz de Hacienda del momento.

Se habló de la necesidad de que el acuerdo logrado y cristalizado en el mes de diciembre de 2018 con la promulgación de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, continúe con un programa de reducción sistemática del Estado, que incluía la reducción de algunas instituciones, cierre de otras y ventas de las que tuvieran algún valor de rescate en aquel momento. Hay que buscar los papeles de la entonces ministra de la cartera de hacienda, la vaina con la que amenazaba de la lista de entidades de las que iba a cerrar, de las cuales todas permanecen abiertas a hoy, a cargo de los hombros de los cada vez menos contribuyentes, sobrevivientes de esta mega crisis económica, en la que nos vamos enterrando.

Hoy es tarde para seguir hablando de reactivación económica. Son catorce meses que nos hemos quedado esperando al gobierno de unidad nacional, para que llegara con el indulto del muerto. Hoy ya no hay economía que reactivar, hoy estamos en una economía que requiere de activación vital, con varios componentes para ello que aún no vemos cristalizados.

De los catorce meses de espera, solo los últimos cinco han destruido centenares de miles de empleos para siempre. Han cerrado empresas de todo tamaño, emprendimientos y emprendedurismos se han visto sumidos en la más dramática destrucción de las fuentes mismas de la producción. Los responsables son dos: el preexistente de la carta que no llega y la pandemia.

Cuando escuchamos a las autoridades de salud hablar de las condiciones de riesgo para sobrevivir a la Covid-19, se daba una propensión de mayor riesgo cuando una persona padece de diabetes, es adulto mayor, experimenta tabaquismo, sobrepeso y la hipertensión. Ellos son más débiles para quedar enfermos y pervivir esta enfermedad.

Esta situación de riesgo es análoga al de la condición económica que tenía Costa Rica al entrar en la pandemia sanitaria. Simplemente todos los países del mundo estamos viviendo el mismo virus, sin embargo, no todos lo enfrentamos en la misma medida de riesgo económico.

Nuestro país venía con una economía débil, resultado de la falta de un equipo económico que fuera protagónico en lo técnico, siendo los intereses de una agenda oculta la que se va manifestando cada día de forma más evidente. Agenda que ha prevalecido, a los buenos en lo económico, o se les silencia o se les desplaza o reemplaza.

La carencia de conexidad de las acciones que toma el gobierno con su discurso es cada vez más evidente. Costa Rica no solo enfrenta la pandemia económica, sino que está sentada en una “bomba de tiempo” social que en el aumento abrumador de la desigualdad encuentra a su peor aliado, generando un estado de empobrecimiento que denigra a la persona humana, por un lado, pero alimenta a la vez la destrucción de los generadores de riqueza y empleo.

Entre más empobrecidos son los pueblos, menor es su capacidad de consumo, por lo que se empeora la posibilidad de quienes mantenemos con esperanza, tenacidad y fe el poder seguir generando empleo, empresa y bienestar. Nunca antes hemos tenido una sociedad tan desigual como hoy. Esto lo acusa, por cierto, con remarcada sensibilidad el informe de la OCDE que se ha dado a conocer. Una condición por resolver urgente, pues perdemos todos con ella.

Es paradójico que en un momento donde podemos decir que no hay más que enfrentar estas amenazas con otro gran pacto nacional; las partes y las posiciones de la voz del gobierno acompañen con su anunciado martillo, el corte a la fuente de la riqueza y con esto, dé el último golpee a la cabeza de tantas familias que son el rostro humano de la economía, dejando a los que generamos con qué pagar a los que nos martillan, en una posición de difícil entrada a ese gran pacto.

Los pactos se basan en algunas premisas que considero fundamentales. Por una parte, la confianza, pero esta está fragmentada, golpeada y perdida en el abundante caudal de la mentira que ha caracterizado los labios de la administración Alvarado Quesada. Esto ayuda poco y hay que resolverlo para propiciar aquella condición.

La otra premisa fundamental es tener una necesidad en común sobre la que pactar. Aquí parece que hay materia prima, pero se debe precisar qué es lo que definimos como necesidad. Si es la de alimentar el elefante rosado del Estado o la de salvar la digna condición de generar bienestar a través de la libertad de empresa.

Una vez acordado cuál es el elemento común de pactar, podremos tener resuelto este otro elemento.

Como último elemento – aunque no existen recetas de talla única a los pactos – encontramos la voluntad. ¿Hay o no hay una clara voluntad? ¿Es legítima y auténtica la condición de voluntad de las partes que asegure que, en el marco de la buena fe, con la participación de un mediador pactado como auténtico y creíble, se es capaz de sacar ese espíritu de llegar a acuerdos que han caracterizado la forma costarricense de hacer las cosas? Esa forma que este un país supo durante doscientos años: llegar a pactar aún en los asuntos más complejos, tejiendo, entre todos, la sociedad que nos caracterizó y hoy debemos reconstruir.

Para reconstruir debemos llegar a manifestarnos de forma libre, no condicionada, sin torniquetes. Con entendimientos que nos permitan dejar de estrangular a la gallina de “huevos de oro”, para que así los actores de lo económico, procuremos un nuevo pacto social más equitativo, donde haya más dignidad y mayor equidad. Donde las tormentas nos fortalezcan, nos lleven con ánimo y no nos entorpezcan con el riesgo de perecer en ellas.

Es tiempo de aclararnos, aun podemos, no demoremos. Debemos concertar sobre las bases de la democracia, la libertad de los derechos económicos, la protección de lo social mediante la dignificación del trabajo estable y bien remunerado. Un pacto que genere cada día más propietarios y menos pobres para que teniendo todos algo que perder, procuremos ganar entre todos las conquistas que otros nos heredaron. ¡Qué esas conquistas sean las de la actualidad con o sin pandemia! Para eso, de verdad que requerimos que todos los jugadores bajen sus cartas de navegación y escribamos juntos ese mapa de ruta.

Publicado en La República el martes 04 agosto, 2020

 

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